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Bandera de Venezuela

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viernes, 6 de febrero de 2009

UN EPISODIO EN LA CULTURA DE ACARIGUA ARAURE

Discurso de Orden pronunciado por el Lic. Wilfredo Bolívar, Cronista Oficial de la Ciudad de Araure, con motivo del 40º Aniversario de la Casa de la Cultura “Carlos Gauna” del Estado Portuguesa.
Araure, 17 de junio del 2005.-


Un buen día de 1932, una matrona de Acarigua —cuyo nombre desea tragarse la historia—, encargó a un muchacho mandadero, de esos de casa, acudir hasta una botillería que en esta ciudad regentaba don Tomás Ojeda. El botiquín se llamaba “La Chapelle” (capilla en francés), para disfrazar los rasgos pueblerinos de una ciudad que parecía avergonzarse de la antigua Capilla San Roque, demolida años después en el lugar que hoy ocupa un boulevard con el mismo nombre.

El muchacho llevaba un encargo: comprar una panela de hielo, conservada en aserrín, para hacer gala de la recién estrenada luz eléctrica de Acarigua y Araure, suministrada por los modestos kilovatios de la “Empresa de Agua y Luz” instalada por un decadente gomecismo.

Cuando el muchacho alcanzó la puerta que daba a la calle, la mujer le recordó con elegancia:

—“Dígale a don Tomas que, por favor, me mande dos bolívares de hielo, pero que me lo mande del que tenga más frío”...

I
Agridulce de un mismo limón

La escena parece extraída de una narración del escritor colombiano Gabriel García Márquez, protagonizada en el Macondo de ”Cien años de Soledad”, aquella tarde cuando su padre lo llevó a conocer por primera vez el hielo.

En un ejercicio de “cultura”, podrían especularse diversas variables del bucólico episodio: ¿Era acaso más culta la ciudad por la novedad del hielo?, ¿culta la matrona?, ¿cultos los avances de la bombilla eléctrica?, ¿más culto aún el nombre de la botillería?, ¿ignorante el afrancesado snobismo del nombre del botiquín, en desprecio a una humilde capilla de oraciones en alpargatas?. En cada una de estas aristas ¿dónde comienza la cultura y termina la incultura?. Las respuestas a interrogantes como estas, siguen siendo motivo de discusión entre sociólogos y estudiosos sobre el tema cultural.

De cualquier manera, el pequeño acontecimiento doméstico refleja un puente ligado a la cultura, el tránsito de la Venezuela campesina hacia los primeros signos del petróleo. Adiós a la cotiza y la alpargata, adiós la arquitectura que recordaba nuestro pasado religioso, la vieja capilla; bienvenidos los adelantos de la energía eléctrica, la magia de la radio con su caja de voces venidas desde la distancia; el cinematógrafo y las primeras películas, la vicktrola y los altoparlantes, del béisbol con sus palabras en ingles, la elección de la joven Lilia Escalona como “Miss Acarigua”, y el baile del fox-tros contra el joropo, abandonado a su suerte en los bailes orilleros.

Los tiempos vuelven... Se especula con las amenazas de las nuevas tecnologías, se detracta de las viejas expresiones, avergüenza el criollismo, y la transculturación invade y afecta nuestra vestimenta, el habla, las añejas costumbres, y hasta ponemos en duda nuestros valores. De allí que conmemorar 40 años de una Casa de Cultura como ésta, convierte esta celebración en un encuentro propicio para reflexionar sobre la cultura de esta ciudad, o mejor de estas ciudades hermanas —“agridulce de un mismo limón” como las llamó en cierta ocasión el poeta Alberto Arvelo Torrealba—. Ciudades extrañas para el forastero, con “avenidas de lágrimas” y divididas aún por hitos y “mojones”, como las ciudades medievales semejando una parodia de la amurallada Ávila de España.

Una ciudad, Araure, nacida a orillas del agua; y la otra, Acarigua, alejada del río que le dio su nombre, encima de una tierra vecina de milenaria cultura. “Cultura del maíz”, como la del Popol Vhou, podríamos decir, desde que en 1530 nuestros milenarios aborígenes mostraron a los primeros conquistadores las bondades del grano, a orillas de un gran río abarrotado de espigas.

Destruidos más de cuatro mil años de pasado precolombino, nos quedó la religión y el lenguaje, y sencillamente comenzamos a llamarnos Acarigua y Araure (akare-güá/ akare: caimán y güá-agua); y (bora-aure - bora/planta de agua y aure/río venido de la montaña).

Entendida la cultura como toda expresión del hombre con su entorno y el espacio donde habita, la historia cultural de estas ciudades tiene un pasado glorioso que vino a ser coronado con la creación de esta casa, que es la casa de todos.

II
Finales del Siglo XIX

Como muestra de lo que afirmamos, retrotraigámonos un siglo, cien años antes de la creación de esta casa, para indagar el pasado cultural de estos pueblos.

Mediados del siglo XIX... Las pequeñas Araure y Acarigua no semejan sino la cañuela de un cuadro rural y campesino. Separadas apeas por una calle larga, de tierra, que todos llaman “El Trayecto”, ambos conglomerados poseen un olor de ganado, cercadas por rejas para no dejar entrar las vacas. Ranchos de palma y verjas de empalizada, mientras la primera ciudad se sirve de una cristalina quebrada, Acarigua toma agua de una modesta acequia construida en 1830 por el General Páez.

“La cultura queda en Caracas”, parecen advertir las publicaciones que llegan desde la capital, simbolizadas hacia finales del siglo XIX, por las bellas postales y grabados de ciudades europeas de “El Cojo Ilustrado” (1892), la revista “Cosmópolis” (1894) y la “Revista Literaria del Zulia” (1894).

Después que se instaló en Guanare en 1826 la imprenta más antigua de las actuales tierras de Portuguesa, cuando Teresio González y Pablo María Unda, editaron “La Aurora de Apure”, la cultura del etnocentrismo encontró en los modestos impresos vehículos idóneos para canalizar la sed de cultura occidental que animaba a estos pueblos.

Para comenzar esta historia, circunscritos en un ciclo de 130 años (1875-2005), debe decirse que después que en 1875 circularon en Guanare los semanarios “El Sol de Abril” y “El Sol de Occidente”, ambos dirigidos por Raimundo M. Pérez, los pueblos de la actual Portuguesa, para entonces jurisdicción del Estado Zamora, comenzaron a tener hambre de cultura.

En 1883, con motivo del Primer Centenario del Natalicio de El Libertador Simón Bolívar, se celebró en Caracas la Exposición Nacional. Se mostró el potencial de la provincia y los pueblos se influenciaron por los aires de la relumbrante exhibición. Fue así como, dos años después, apareció el primer periódico de Acarigua. Se llamaba “La Miaja” y comenzó a circular en mayo de 1885, dirigido por el Dr. José Ignacio Ponte, prominente ciudadano ligado a la vida social de la pequeña ciudad de finales del siglo XIX.

Redactado por Augusto Aranguren, “La Miaja” (que según el diccionario significa “cosa pequeña”) debió ser en un 16 avos de acaso “dos columnas”, según lo presume el historiador Virgilio Tosta, quien recogió en una de sus obras que el impreso estaba ligado a “un pequeño establecimiento pulperil” que por igual ostentaba el mismo nombre. El impreso poseía imprenta propia y se editaba en la casa del Dr. Ponte; y se convirtió en el principal vehículo de comunicación de un grupo de guasones que frecuentaban la homónima pulpería acarigüeña, haciendo de la tertulia y la guasa fuente principal para la chanza, la sátira y la crítica en la pequeña ciudad.

Celebrado a través de una nota inserta en el caraqueño diario “La Nación”, en su edición del 16 de mayo de 1885, se afirma que “La Miaja” además de ser “un pequeño periódico” es también “una institución social reglamentada con gradación de sus socios, que tiene por base la conservación de la salud y de la moral sociales. No se permite en ella el uso de licores alcohólicos, y tan sólo es permitido a sus adeptos el uso del agua con vino. No se consienten Evas en La Miaja. Tampoco se consiente glotones en La Miaja (...) no toca un pito en política”, prohíbe el uso de idiomas europeos y solo usa “el de los aborígenes de la América, prefiriendo el de los indios mohilanes”. “De tal modo que, —publica la nota— si alguien de sus iniciados quiere decir, por ejemplo, “Ábrame usted esa puerta”, dice: Abaraca pacama” (Virgilio Tosta, “Historia de Barinas”; III, 1989, ps. 439 –440).

La “intención humorística o jocosa” del pequeño periódico, no perdió ocasión de contar la evolución cultural y social de la ciudad. En abril de 1885, informó la conclusión de “una hermosa casa de Gobierno” construida por la Municipalidad del distrito, con buenos comentarios hacia los “espaciosos salones, decorados con sencillez y gusto”. En 1886, simpatizando con el General Ovidio María Abreu en su exaltación a la silla presidencial de Zamora, “La Miaja” le dedicó su edición del 9 de enero, ofreciendo una litografía con el retrato del mandatario “orlado de laureles” .

Compartiendo vida con el semanario “La Esperanza”, dirigido por Benito Fernández y el “Sur de Occidente”, que circulaban en Guanare en 1885 y 1888, respectivamente, “La Miaja” circuló por más de tres años, despertando acertados comentarios de la prensa nacional por sus acertadas ocurrencias, al decir del desaparecido cronista de Acarigua Rafael Rodríguez Heredia.

La letra es la cultura. La imprenta es la palabra. De tal manera que no escatimaron esfuerzos Acarigua y Araure para integrarse a las escasas posibilidades de desarrollo cultural. Hacia finales de siglo, es el camino obligado para las Compañías de Teatro que desde el sur del continente atravesaban estos caminos para presentar en la capital de la república, comedias argentinas, en una impensada urbe para los grandes teatros que para entonces se edificaban en ciudades como Valencia, Barquisimeto, Barcelona y Caracas.

Sabanas de viento y polvo, Acarigua y Araure debieron conformarse con las presentaciones domésticas de las festividades cívicas y religiosas, signadas por los parientes meses de septiembre y octubre, entre la oscilación de las fiestas de San Miguel Arcángel y la Virgen del Pilar.

Durante el último tercio del siglo XIX, arribó a la ciudad la distinguida Ana Susana Hernández de Ousset, la última institutriz que conocieron Acarigua y Araure. Nacida en La Victoria, estado Aragua hacia 1842, de 28 años probando suerte, llegó a Araure en 1880, acompañada de sus hermanas María Manuela y Rosalía fundando un Colegio Particular para niñas al que llamó “Victoria”. Después de cuatro años, lo trasladó a Acarigua para ejercer durante más de treinta años un magisterio para la cultura y las bellas artes.

Hasta su muerte ocurrida en su casa la noche del 23 de diciembre de 1912, a los 70 años, Ana Susana de Ousset organizó presentaciones, escenificaciones teatrales, Cuadros Vivos, recitales para los actos escolares del 28 de octubre, Día de San Simón (única fiesta conocida en honor al Libertador) así como para los actos del 13 de junio en homenaje al General José Antonio Páez (WB - Crónicas y Personajes en la Historia; “El Regional”, lunes 16 de marzo de 1992, p. 5).

Leticia Calles de Sanoja, anciana madre de la desaparecida Hildegar Sanoja nos refirió alguna vez el empeño de Susana de Ousset en la realización de las “Veladas Cívicas”, verdaderos sucesos que despertaban la impresión de la adormecida ciudad.

Casi al finalizar el siglo XIX, doña Susana y un grupo de acarigüeños, a semejanza de lo que ocurría en las principales ciudades de la república, fundan una “Sociedad Amantes del Progreso”. La idea surgió del Dr. Jaime Cazorla, médico trujillano nacido en 1868 quien vivió en esta ciudad más de medio siglo, y Cesáreo Casal Olaechea, acarigüeño nacido en 1882, quienes junto al Dr. Manuel Freites Meireles, el maestro Jesús María Colmenares Gil, doña Susana, y un grupo de intelectuales convierten sus casas en ateneos para la expresión culta y el buen decir.

La actividad económica se encuentra con el pequeño mundo cultural de Acarigua. Casal Olaechea, agricultor e industrial de la madera, es el mecenas de la cultura local. Construyó en 1930 el primer aserradero del pueblerino conglomerado y por igual apoyaba las expresiones artísticas.

La “Sociedad Amantes del Progreso” organiza Veladas, Cuadros Vivos, representaciones teatrales a base de poesía y se la menciona en los impresos de la época. Es la cultura adentro de las casas. Teófilo Leal escribe pequeños sainetes y el Br. Jesús María Colmenares Gil comparte su inteligencia en tertulias nocturnas y llenas de gracia. Antes de 1910, es muy celebrada una velada para recibir de su convalecencia de enferma en La Guaira, a doña Virginia de Barrios, con representaciones teatrales en poesía con parlamentos de Colmenares Gil.

III
Aquellos años 20

El trabajo de la Sociedad Amantes del Progreso se extenderá hasta entrada la segunda mitad del siglo XX, gracias al empeño del doctor Manuel Freites Meireles, promotor de cultura en Araure y Acarigua. En el cementerio de ésta última ciudad aún se puede verse su tumba de monolito —como el de El Túmulo— pagado y erigido por el pueblo acarigüeño en agradecimiento a su filantropía y calidad humana. También, la sociedad se favoreció de los aportes del Presbítero Ramón Inocente Calles. Nacido en Acarigua en 1867, músico de profesión, organista, y corista de aires sacros, a este eximio sacerdote se debe la promoción de los coros parroquiales infantiles.

Jesús María Colmenares Gil, preceptor de la Escuela Pública de Acarigua y Secretario permanente del Cabildo acarigueño, destacó frente a la poesía nacional con la publicación en 1924 de una aritmética en verso de “impecable factura”. Abuelo del “Negro Cordero”, actual director de la Casa de la Poesía, Colmenares Gil llevó su cultura hasta el momento de su muerte, y hasta en su lecho de enfermo tuvo tiempo de repartir una hoja impresa con su despedida.

Antes de 1920, Acarigua y Araure protagonizan un “denso movimiento cultural” como lo calificó en una de sus crónicas don Manuel Barrios Freites, primer cronista de Araure.

El movimiento alcanza la sensibilidad de las diversas aspiraciones de las artes locales en la música, la poesía, el teatro, el periodismo, quienes se sirvieron del talento de diversos cultores y exponentes del buen saber.

La brecha la había abierto en 1918 el eximio Teófilo Leal, dramaturgo y periodista, quien con una imprenta propia inició con éxito ese año la edición de su famosa revista semanal y literaria “El Imparcial”. Posteriormente, se sumarán a los tertuliantes de aquella ciudad prominentes intelectuales que residen en Acarigua. Hombres de la talla del poeta Samuel Barreto Peña, Miguel Matute Heredia, editor y poeta; Hermógenes Rivero Saldivia, Secretario de Gobierno, escritor y político; el dramaturgo y humorista Luis Peraza “Pepe Pito”; y el Dr. Salmerón Olivares, orador y poeta, responsable de la oración fúnebre en el sepelio del médico y santo José Gregorio Hernández, de quien fue su amigo.

La casa de habitación del poeta costumbrista Concepción “Conchito” Escalona sirve de centro de aquellos encuentros de lecturas eruditas, a donde acude la incipiente vena poética del bardo barinés Alberto Arvelo Torrealba, quien en su tránsito desde Barinas hasta Caracas, como bisoño abogado dejaba escapar en sus primeras “Cantas” y una fina prosa de futura hidalguía literaria, consagrada su inmortal “Florentino y el Diablo”.

Entre 1920 y 1930, a pesar del signo del gomecismo, aquellos intelectuales convirtieron a Acarigua en una Atenea de los llanos occidentales. Ciudad de “luces y esplendor”, como calificamos alguna vez a este periodo, la convergencia de talentos desarrollará la prensa, las artes y las letras. Las casas son el escenario, y en las veladas se brindaba con “Amorcito”, una típica bebida coloreada que venía desde los tiempos de Antonio Guzmán Blanco, y aún se ofrece en la fraterna casa Humberto Gallegos Castillo, cronista de Píritu. La cultura gastronómica de los gomeros tiempos obsequiaba a los muchachos con chicha de maíz, o mejor aún la resbaladera una bebida de arroz aromatizada con agua de azahar.

En las páginas del “El Imparcial” de don Teófilo Leal, se despierta la vena culta de Luisa Ana Bustillos, Salmerón Olivares y su esposa María Luisa, Leticia María Duin, María Vale de Cordero, Atilia de Cortéz, todos de Acarigua; mientras que de Araure colaboraban el poeta Rafael Gudiño, Antonio Márquez Pérez, Ángel Ramón Sandoval Palma y hasta Amasilis de López, esposa de don Hilarión López, para no nombrar sino algunas plumas.

Un poco antes, el valenciano Luis Peraza, el famoso “Pepe Pito”, residenciado en Acarigua, dirigió siendo un muchacho un impreso denominado “El Esfuerzo” que él mismo repartía de casa en casa. Llegó a ser periodista destacado, actuó en el Cine de los años 30 como actor y guionista junto a Amabilis Cordero de Barquisimeto y se estimuló en el arte de las tablas por la precursora iniciativa de don Teófilo Leal, epónimo del Grupo de Teatro Infantil de esta casa de la Cultura “Carlos Gauna”. En 1918, don Teófilo montó las representaciones dramáticas “La Carcajada” y “El Loco Dios”, obras escritas por su talento residenciado en Acarigua.

Acarigua y Araure deberán algún día elevar a mejor sitial el recuerdo de Teófilo Leal y Luis Peraza, y algún espacio cultural habrá que reservar para designarlos con sus gloriosos nombres.

Entre 1927 y 1937, con Acarigua como capital de estado, llegan los servicios básicos, la electricidad, la radio y hasta el cine. En 1932 se filman en Acarigua algunas escenas para la película “Alma Llanera” que dirige Amabilis Cordero con guión de Luis Peraza. Los originales de la cinta se quemaron accidentalmente en la década del 70 en los depósitos de Salvador de Cárcel de Caracas.

Más impactante aún es determinar que en 1933 vacacionó transitoriamente en Acarigua el niño Max Coll, sin duda el primer venezolano en trabajar en Holliwood en películas de la Fox editadas en Méjico. Hijo de Luis Coll y Pardo, director de la “Empresa de Agua y Luz” de Acarigua y Araure, el niño del celuloide fue entrevistado en esta ciudad por Luis Peraza en una larga entrevista publicada en el Semanario “Voz de Portuguesa”, órgano del moribundo gomecismo.

La música, por su parte, al igual que el cine y el teatro, nunca abandonó la ciudad. Se interpretan instrumentos de cuerda y viento, mientras el pueblo con sus “locos y locainas”, parrandas y aguinaldos —aunado a los joropos locales—, blande membranófonos y sacude maracas talladas con delicada gracia.

Adentro de las casas, la ciudad encontraba intérpretes domésticos y estudiosos del pentagrama: Jesús María Colmenárez Gil, dominaba con soltura la guitarra; Ramón Troconis el viejo, muerto hacia 1918, era “profesor distinguido (en) el don de tocar la guitarra española”; y don Luis Antonio Herrera, padre de los abogados Pablo y Luis Herrera Campins, tocaba con virtuosidad el piano.

Aún más completo, Nicasio Lino Calles, músico de academia nacido en Acarigua a finales del siglo XIX, gozó de reconocida reputación como músico de banda. Autor musical del primer Himno de Portuguesa, fundó el 19 de abril de 1914 la Primera Banda del Estado. De la misma época, en 1919 una Banda de Araure es la atracción en las Fiestas de “Canelones” (Turén) mencionándosela como “una buena banda de música [que] contribuyó poderosamente a la brillantez de todos los actos”.

La secuencia de estas bandas dejó en Araure una estela de músicos: José Giménez, Filomeno Rodríguez, Pablo Antonio Escobar, y los hermanos Julio y José Antonio Ávila, este último muerto en Guanare donde lo conocimos, lamentándose aún haber perdido su colección de partituras originales con bambucos, pasodobles, valses y pasacalles.
Designada Acarigua, capital del Estado desde enero de 1927, los músicos de la Banda del Estado son el maestro Evaristo Olivares (bombonmista), José Antonio Ávila de apenas dieciséis años, Julio Ávila (primer clarinete), Félix Gómez (violinista) José Antonio Jiménez (bajo), Daniel Niño (redoblante) y un trompetista de apellido Ibarra. En Araure existía otra banda, bajo la dirección de don Ezequiel Castillo, que amenizaba retretas en la Plaza.

La orquesta privada de Acarigua es la “Orquesta Gómez”, fundada en 1928 por el guanareño José Jiménez y el violinista Félix Gómez, mientras en la ciudad vecina opera la “Jazz Band Araure”, iniciativa de los hermanos Luis Ramón y José Antonio Ávila; Como novedad, Araure mostraba de igual manera un “alegre conjunto musical” integrado por las Hermanas Hurtado (Georgina, Manuela, Leticia, Sara Rosa y Amalia) interpretes virtuosas de “todos los instrumentos de cuerda” (“Cultura y Progreso”; I, Nov. 1966 p. 14).

Antes de que finalice el gomecismo, música, teatro, canto, poesía, veladas literarias, impresos, la vida social de Acarigua concluyó con la creación antes 1930, del viejo Club Páez, que comenzó a funcionar en una vieja casa de la actual avenida Alianza, convirtiéndose sus espacios en verdaderos “cenáculos artísticos” de la ciudad, según calificación del memorialista Manuel Barrios Freites. Con el nacimiento del club, fueron quedando atrás las amenas Veladas Literarias y las reuniones culturales en las casas donde se jugaba a las charadas, especie de adivinanzas de enredados acertijos de palabras. En Araure fueron célebres las charadas del poeta Juan de Jesús Soteldo Goitía, don Macario Unda, Ángel Rosendo Gudiño, José Ezequiel Bustillos, y los poetas Rafael Gudiño, Miguel Unda Alvarado y el guasón José Gregorio Hernández, padre de los cantautores Joel y Héctor Hernández.

IV
El limbo post-gomecista

Después de la gloriosa década del 30 para la cultura acarigüeña, los talentos naturales escapan de las pastoriles Araure y Acarigua. A pie hasta Caracas, —según lo contó años después—, Rafael Ramón González, nacido en Araure hacia 1896, nuestro máximo exponente de la puntura nacional se marcha a la capital con su paisaje a cuestas, a estudiar artes plásticas. En agosto de 1942, el periódico “El Universal” ya se refería a su obra como “un sencillo y claro optimismo, una verdadera delectación en la luz, un marcado amor por las tonalidades clara y por las formas definidas”.

Coetáneo de Federico Brandt, Antonio Edmundo Monsanto, Cabré, Reverón, Monasterios y Luis Alfredo López Méndez, nuestro Rafael Ramón González formó parte de la llamada “Escuela de Caracas”. Convirtió sus pinceles en una universal manera de transmutar en arte sus orígenes provincianos, con sus cuadros de árboles y ranchos, ríos y cerros de los alrededores de Caracas y sus techos rojos.

A medado de los 50, la dictadura hace morder el polvo a una republica obnubilada —aquella vez en las banderas de Pérez Jiménez—, en la farsa de un promulgado Nacionalismo, levantando sobre obras de concreto para apabullar los ojos de un país de tierra adentro.

A pesar del limbo post-gomecista, en 1955, no obstante, se filmó el documental “Portuguesa”, la primera película hecha a color en la historia del cine venezolano. Producida por Henry Nadler, con auspicio de la Gobernación del Estado en las manos del Dr. Carlos Sequera Cardot, fue filmada en Eastman Color y procesada en los estudios de “Aguila Films” de Caracas, ciudad donde fue estrenada.

Derrocada la dictadura, una nueva generación de acarigüeños se propuso transformar la ciudad rural y convertirla en escenario para una cultura de participación con fines educativa. Lejos comenzaba a parecer el esplendor de los días vividos en el cuarentón Club Páez, con su extraordinario mural del Centauro realizado bajo la dirección del altagraciano Gabriel Bracho. El Plan Arrocero, implementado por la FAO en un tiempo de post-guerra, achicó los espacios culturales y se comenzó a pensar en espacios culturales para ciudades inevitablemente unidas y con los mismos intereses.

VI
Una Casa para la Cultura

Como respuesta a las exigencias de una ciudad cambiante, en 1960 el Gobernador Pablo Herrera Camping crea las “Escuelas de Arte” de la ciudad de Acarigua. De esta manera nacieron, la Escuela de Música, conducida por el profesor Renzo Salvetti; la Escuela de Ballet y Danzas Folklóricas, dirigida por la coreógrafa Gladys Alemán; la Escuela de Teatro, dirigida por el profesor Luis Bitar; y la Escuela de Artes Plásticas, bajo la égida del escultor ecuatoriano Ernesto Andrade.

Las escuelas funcionaban en la antigua sede del viejo Liceo Páez, a una cuadra de la Plaza Bolívar, donde, por coincidencia hoy funciona la estación “Universal TV”. Sin embargo, a pesar de los locales inapropiados para algunas disciplinas, la gratificante experiencia de los primeros tiempos, nos fue contada un año antes de su muerte por la coreógrafa Gladys Alemán:

“...en 1965 teníamos una escuela de ballet y danzas folklóricas y otros estados del país no tenían eso (...) En aquella época Acarigua era casi un pueblito y nosotros, en menos de 48 meses viviendo en Portuguesa, pudimos lograr y despertar tantas inquietudes (...) La escuela estaba en una casa vieja en la Plaza Bolívar y yo tenía la sala de la casa con sus barras, sus espejos y todo. Era un salón confortable y me sentía cómoda con mis niñas” (Entrevista con WB – Acarigua.........)

Comprobados los resultados de los primeros espacios culturales de la creciente ciudad, el Gobernador Pablo Herrera Campins comenzó a pensar en construir una Casa de Cultura para Acarigua y Araure. Fue así que, con motivo del Sesquicentenario de la Batalla de Araure, el 5 de diciembre de 1963, el mandatario acarigüeño decretó la construcción de la Casa de la Cultura, como espacio para la convivencia y promoción cultural.

Entre los “Considerando” del Decreto, el documento oficial de su creación sostiene:

“que el crecimiento espontáneo y la circunstancia de encontrarse geográficamente y espiritualmente unidas las ciudades de Acarigua – Araure, así como el no existir allí sitio apropiado en el que puedan recogerse y coordinarse las inquietudes culturales de sectores sociales que sirven a la educación de estos pueblos, determinan la conveniencia de prestarle a esos sectores un apoyo eficaz con la creación de una institución dedicada a estos fines como centro de esas actividades...”.

La creación de la nueva Casa de Cultura estuvo asociada al magisterio venezolano. Así se afirma el artículo Número 1º del decreto:

“Se crea la Casa de la Cultura de Acarigua – Araure para que sirva de sede a la seccional de la Federación Venezolana de Maestros (casa del educador) y al ateneo de Acarigua – Araure en promoción en esas ciudades”.

Unas reflexiones esbozadas por el promotor cultural Cruz Alvarado, afirmó en el año 2003 que el legislador “tuvo la claridad suficiente” para indicar “para qué era la Casa de la Cultura”, definiendo de una vez su perfil: “recoger y coordinar las inquietudes culturales de estos pueblos”. “No se estaba decretando una escuela “—afirma Alvarado, no se estaba creando “un centro de formación académica”, sino un “centro de apoyo al desarrollo cultural”.

VII
El primer año

Durante todo el año 1964 la nueva Casa de la Cultura se comenzó a construir en terrenos del señor Enrique Ramos Cordero, en la Av. Las Lágrimas, según indagaciones del Dr. Oswaldo Andueza Alzuru; y se previó su inauguración para el 13 de junio de 1965, fecha en que Gobernador don Oscar Bustillos Casal, abrió estas puertas para que, finalmente la ciudad entrase a apreciar su edificación de arquitectura moderna, prominentes jardines entre sombras de malangas, helechos, fuente de agua, sombra de flores y palmeras, bajo la sombra de un inmenso mango que aposentó la algarabía de los primeros alumnos, nuevas corales en medio de numerosas actividades de las bellas artes. El teatro, por su parte, con 240 butacas, se convirtió en toda una novedad, por ser el primero en su tipo en ciudad acostumbrada a los templetes de calle y rudimentarios entarimados.

Inaugurada el “Día de Páez”, como aún promulga la gente, fungió de Orador de Orden el Dr. Pablo Herrera Campins, en un acto sobrio y emotivo; y el 15 de junio de 1965, dos días después de su apertura, se nombró a su primera directora, la distinguida Carmen Aurora de Monsalve.

Durante el primer año, las actividades son intensas. Actores de la Escuela “Juana Sujo” de Caracas presentan la obra “Esquina Peligrosa”; se trae al Ballet Arte Municipal de Caracas, al tiempo que la Escuela de Artes Plásticas “Rafael Ramón González”, muestra la Exposición “20 Siglos de Pintura en Europa”.

En noviembre de 1966, Carmen Aurora, escritora y periodista destacada de la vieja AVP, funda la revista “Cultura y Progreso”. Era el órgano de la Casa de la Cultura. Con textos de la directora-fundadora, fotografías de Jaime Vargas y curiosos crucigramas elaborados por el periodista Laureano Gómez y Collante, la revista se convirtió en el principal impreso cultural del estado Portuguesa. En sus páginas escriben los cronistas de Guanare, Ospino y Araure; Rafael Roberto Gavidia, David Herrera y Manuel Barrios Freites, respectivamente. Se publica crítica literaria, en la pluma del abogado Lionel Páez Goizueta, más tarde fundador en la década de 1980 de la Asociación de Escritores de Venezuela (AEV), animado para ese entonces con las “Respuestas” literarias de Francoise Sagan o sus fugaz amistad con Sergius Calibidache, ex-director de la Orquesta Sinfónica de Berlín, a quien el camarada acarigüeño, a quien apodaban “el chuco” conoció en un vuelo, con destino a México donde se exilaba.

Para Páez Goizueta, fueron escritos estos versos de Carlos Gauna:

“Este chuco no es de aquí
este chuco es mejicano
piensa como comunista
pero vive como copeyano”

En las páginas de la recordada “Cultura y Progreso”, tanto araureños como acarigüeños, conocieron los primeros conceptos del Arte Cinético que hicieron famoso a Jesús Soto, a través de los textos mozos del abogado Felibert Balliache, esposo de la bailarina Glays Alemán; para que los cultores locales de las artes plásticas apreciaran los trabajos del joven Juvenal Ravello, natural de Caripito, el futuro muralista de la Caracas de Diego Arria en la década del 70, para no citar sino algunos ejemplos.
Para una ciudad olor de aserradero y calina de silos, algunos avisos de “Cultura y Progreso” invitan a elevar los niveles del intelecto local. Léanse algunos:

—“Mujer portugueseña: La Casa de la Cultura te invita para que participes en la formación de nuestra coral”

—“Ciudadano: envía un libro para nuestra biblioteca y así contribuyes al progreso cultural de tu pueblo”

—“Aprovecha tus ratos libres. Visítanos la Biblioteca de la Casa de la Cultura”

A un año de haber sido fundada la Casa de la Cultura, el balance de “Cultura y Progreso” es halagador en su primer número: Homenaje al poeta Alberto Arvelo Torrealba, presentación de la mezo-soprano Morella Muñoz, escenificación de las obras “Fuenteovejuna”, “Esquina Peligrosa”, actuación del Teatro del Guiñol de la INCIBA, acaso inspiración del sempiterno y vigente “Guiñolín”; presentación de las “Danzas Pimpinela”, en las manos de Gladys y Marucha Alemán; junto a las presentaciones del guitarrista Alirio Díaz, el Ballet Arte Municipal de Caracas y el Orfeón de la Universidad de Los Andes

VIII
Los primeros años

Contar cuarenta años de la Casa de la Cultura, es pretender contar los granos de una cosecha que aún produce interminables frutos. Entre 1966 y 1970, la Casa de la Cultura Acarigua-Araure sumó más presentaciones que records de cosechas en nuestros silos.

En 1967 se inaugura la famosa “Sala de Exposiciones” que mostró innumerables individuales y colectivas, promoviendo el colorido esplendor de las obras y los colores de los famosos gallos del pintor acarigüeño Julián Bustillos, con sus visiones atormentadas de espantos y ánimas aglomeradas en sus caballetes de policromía.

En 1967 se inaugura la Biblioteca “Rómulo Gallegos”, la segunda que conoció la ciudad. En 1970, con motivo de los discutidos 350 años de Acarigua, la Casa de la Cultura adquirió su primer piano de cola. Puede parecer la historia de una cultura de elites, pero no es así.

Para que se tenga una idea, bueno es decir que en 1969 se realizó en esta casa la “Primera Exposición de Artesanía Popular”. Auspiciada por el desaparecido CBR (Consejo de Bienestar Rural) y apoyada por el Ministerio de Agricultura y Cría, el IAN y el Banco Agrícola y Pecuario, la exposición mostró piezas ornamentales construidas con raíces, camazas, totumas, espigas y flores silvestres, las cuales transformadas con “armonía de movimiento y colorido” construyeron lámparas, ceniceros, centros de mesa y candelabros.

Hasta aquí llegaron las muestras de curiosas piezas elaboradas a base de bejucos y raíces de la montaña, orillas de los ríos, fabricadas por mujeres de los Puertos de Payara y Choro Soteldeño. Se habló entonces de “arte popular”, experiencia estimulada por el país de tierra adentro: en Lara, muebles de sisal; en Oriente el uso de la curagua para objetos ornamentales entre otros productos nativos (“Cultura y Progreso” N° 3; ps. 20 y 21, c. junio 1970).

Muchas de las iniciativas posteriores, en diferentes periodos, pretenden obviar estos orígenes, signados por el siempre comenzar de nuevo: el Síndrome de Adán (“La vida comienza conmigo”).

Entre 1968 y 1973, el escenario de esta casa admiró las actuaciones del Trío de Cámara del Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes (INCIBA); la concertista de arpa clásica Evelin Taborda, seguramente una de las pocas veces que un arpa ornamentada se mostró en esta ciudad; o más magistral aún las intervenciones del poeta y humorista Aquiles Nazoa. “Jugó con las palabras, recoge una nota en “Cultura y Progreso”, y “tejió frente a nosotros la rica fantasía de sus sueños de poeta” a través de sus composiciones líricas, costumbristas y humorísticas. Una conferencia sobre el sainete venezolano fue dictada por el dramaturgo venezolano José Ignacio Cabrujas, mientras en el ámbito musical destacó el concertista polaco Ajedrez Wasucuski, con interpretaciones de Chopin.

La continuación de los años 60 conoció la presentación de la comedia “A mí me lo contaron”, con actuaciones de Daniel Miquel, Nidia Jiménez y Carlos Revette. A principio de los 70, se escenificó el “Médico a Palos” de Moliere, con participación del periodista Eligio Elorga César; y “Los árboles mueren de pie”, de Alejandro Casona, con la magistral actuación de la araureña Alida Pernalete.

El Grupo “Volcán” de Gérman Querales y Cruz Alvarado, vendrá después, alternando en pequeños festivales locales con nuestro bisoño empeño de dirigir el Grupo “Wambert” de Araure, presentando las obras “Mujeres sí, esclavas no” o “Así vivimos”, ambas con guiones de crítica social.

En cuanto a la música, casi después de su primera presentación en Caracas, los araureños y acarigüeños disfrutaron el estreno para los llanos de la “Cantata Criolla”, dirigida por el Maestro Antonio Esteves, recreando la obra literaria del barinés Alberto Arvelo Larriva, con la presentación universal de un llano sin ideologías, un florentino y un diablo sin boinas.

Por suerte, la Casa de la Cultura ha divulgado un arte sin ataduras político-partidistas que se apropien del saber universal. Así nos lo transmite el profesor y titiritero Cruz Alvarado, en su Discurso de Orden con motivo de los 38 años de esta casa:

“La Casa de la Cultura es la casa de todos, de los de adentro y de los de afuera, de los niños y de los jóvenes del barrio, indistintamente de quienes promueven una conferencia sobre educación sexual, drogas, alcoholismo, o de quienes organizan con esfuerzo su propia velada cultural (...) Este escenario es la puerta abierta para todas las expresiones del arte sin barreras ni discriminaciones (...) la Casa de la Cultura no es una tribuna para las manifestaciones de partidos políticos o actividades de proselitismo político”.


VIII
Hombres y mujeres de la Cultura

Durante 40 años, la Casa de Cultura reunió los nombres más celebrados del país; y se valió del talento que quiso venir a digerir arroz como cultura y cultura como arroz en estas ciudades, humbilicadas por los lazos de las artes.

De estas cuatro décadas, es necesario mencionar algunos de los nombres más emblemáticos...

Gladys Alemán.- Bailarina nacida en Caracas, después de triunfar en el Retablo de Maravillas junto a Yolanda Moreno, se residencio en esta ciudad a mediados de la década del 60, dirigiendo la primera Escuela de Danzas de Acarigua. Marchó a París, desde donde llegaban a “Cultura y Progreso” sus vivencias dancísticas junto a pintores franceses acompañada de su inseparable Clodomiro Felibertt. Animada nuevamente por Carmen Aurora de Monsalve, en esta ciudad dirigió el Grupo Guaturigua, primera agrupación portugueseña en viajar el extranjero.

Renzo Salvetti.- Natural de Trento (Italia), llegó a Venezuela en 1955, dando clases de música en la Escuela General Páez de Araure. Dirigió la primera Academia de Música de Acarigua y Araure, ciudad ésta donde residió con su familia. Egresado del Conservatorio de Milán en 1933, con éxitos en Roma, Trento, Venecia y Parma. Con méritos en su Tesis sobre Música Hiapanoamericana, en la Revista “Cultura y Progreso” de esta casa escribió un enjundioso ensayo titulado “Panorama de la música Latino-americana”. Hablando del Vals vienés, fue él quien hubo de aclarar en Venezuela, desde esta casa, que el vals “Sobre las Olas” no es melodía de origen austriaco; antes bien, es obra del compositor mexicano Juventino Rosas, pero el vals fue “incorporado al repertorio de valses vieneses y el nombre de su auto se perdió por completo” (“Cultura y Progreso”; Año I; nov. 1966, p. 17).

Carlos Denis y Hugo Guèdez.- Actores y directores de teatro, en la década de 1970, montaron en Acarigua obras de los más celebrados artistas europeos y organizaron en esta casa el Festival Internacional de Teatro, que aquí vinimos a admirar, con presentaciones de “Los Cuatro de Chile”, y un recordado grupo italiano que nos sorprendió a todos con la obra “Almuerzo en Familia”.

Marucha Alemán.- Bailarina y coreógrafa. Hermana de Gladys Alemán, se quedó en esta ciudad formando una familia de bailarines, y sosteniendo con ardoroso esfuerzo las reputadas “Danzas Pimpinela”, que atravesó las fronteras y llevó sus faldas y taconeos de la Danza Nacionalista a escenarios muy alejados de estas tierras.

Honey Mora.- Pequeño gran pintor, cargando siempre una sonrisa a cuestas para transmitir su frágil bondad de artista plástico a los niños que quisimos aprender pintura entre sus diminutas manos. Dirigió la cátedra de Pintura Infantil entre los colores y sueños de esta casa.

María Auxiliadora Troconis y Gudelia Castillo.- La primera, acarigüeña como su padre, fue alumna destacada de “Pimpinela”, convirtiéndose luego en la directora de la Compañía de Danzas más premiada del estado, el Ballet Scorpio. La segunda, de Caracas ligada a las artes escénicas de la danza, al crear en 1990, con el espectáculo “Páez: 200 años de Gloria”, un nuevo lenguaje para la danza nacional, denominado primero “Danza emergente” por Gladys Alemán y luego “Danza integral” por su creadora Gudelia Castillo.


Reinaldo Martínez.- Dramaturgo y actor de extraordinaria vocación y dedicación, dirigió obras para diversos grupos, y en edad madura interpretó magistralmente a Páez para el espectáculo “200 años de Gloria”. Se le vio muchas veces tomar a media noche un autobús hasta Caracas, solo para presenciar frugalmente una obra de teatro en la capital y regresarse el mismo día.

IX
Carlos Gauna

En 1960 la Casa de la Cultura realizó el “Primer Reencuentro de Poetas Portugueseños”, el cual reunió entre otros bardos a Concepción Escalona, Juan de Mata Escorche, Manuel Graterol Santander “Graterolacho”, Aljuna Castro Castillo, José La Riva Contreras, José Raúl Escalona, María Inés Duim, Luis Bazán García y Carlos Gauna.

Gauna era entonces el centro de la camaradería. El “infante terrible”, como alguna vez llamó a su homólogo Jacob Calanche, el historiador guanareño Pedro José Muñoz en el siglo XIX. En el recital, Gauna recitó poemas nativistas, creaciones del llano venezolano, poesía humorística y composiciones descriptivas de diversos personajes de la región. A estas siluetas, se las llamó “siluetas”.

Aquí detuvo su humanidad en este escenario, con su camarita a cuestas y su eterna boina negra de lo clásicos españoles. Nació en Turén el 4 de noviembre de 1924 y en mala hora fue asesinado en Caracas el 16 de febrero de 1979 por la mano juvenil de un sagaletón para atracarlo, cuando Gauna cargaba apenas veinte bolívares en el bolsillo.

Sobre su llegada a esta ciudad, en la revista “Cultura y Progreso” alguna vez escribió:

”Llegué a esta ciudad el 12 de junio de 1937 y al día siguiente fui hasta la plaza Páez (...) a la tradicional ceremonia de las ofrendas florales... justamente donde los Ranchos Perucheros avivaban discordias territoriales que casi siempre pagaban los bombillos macilentos (...) aquella mañana de sol acorralado por nubes invernales tuve ocasión de oír por vez primera al poeta Pedro Antonio Vásquez a quien tuve de maestro desde el día siguiente en la vieja Escuela Federal “Raimundo Andueza”.
(“Cultura y Progreso Año III N° 10 septiembre 1970 ps. 11-12).

Desde entonces lo amaron Acarigua y Araure, hasta que se fue a Caracas a impartir clases de Castellano y Literatura. Nunca imaginó que esta casa que visitó varias veces habría de llevar su nombre.

Informado permanentemente de los primeros pasos de esta casa, a través de la correspondencia epistolar con doña Carmen Aurora de Monsalve, sobre esta Casa de Cultura escribió Carlos Gauna:

“Ha sido a través de la comunicación epistolar como ha llegado hasta mí la presencia de esta mujer, comprometida agónicamente en el empeño de realizar en la Casa de la Cultura Acarigua – Araure una obra perdurable y de beneficio efectivo para aquella porción de la provincia nativa, en la cual, dolorosamente, las cosas del espíritu no logran despertar el entusiasmo de quienes pueden y deben respaldar tales iniciativas culturales.

(... ) quiere estructurar una biblioteca (...) para que integren un haz de voluntades dispuestas a brindar a la Casa de la Cultura Acarigua – Araure la aportación moral y material que la institución reclama de todos

(...) el fortalecimiento de la Biblioteca de la Casa de la Cultura podría servir para canalizar, a nivel emulativo y de altos fines, ese todavía latente regionalismo parroquial que a veces ribetea con estridencias ridículas las relaciones cordiales y fraternas de acarigüeños y araureños. (...) una biblioteca común, les probaría que esos parroquialismos trasnochados no sirven más que para avivar agrios humores en inelegantes discusiones y pleitos de botiquín. Y que los “Ranchos Perucheros”, antes que frontera divisoria, son una referencia anecdótica que poco cuenta a la hora de evaluar los resultados trascendentes que pueden derivarse de la esclarecedora acción de los libros que nutran la Biblioteca de la Casa de la Cultura”.
(Revista “Cultura y Progreso” - Año 1 N° 1; noviembre 1966 ps. 2 -3).

La muerte del poeta nos dejó su nombre propio. Un antropónimo muy conocido: Casa de la Cultura “Carlos Gauna”, a partir de un decreto de la Gobernación del Estado, fechado el 25 de Septiembre de 1980, bajo el mandato de su paisano y amigo Luis Herrera Campins, a quien Gauna había ido a visitar por esos días en Miraflores, ocurrida su reciente elección a la Presidente de la República.

Desde entonces, la voz de Carlos Gauna retumba aún más en esta casa. La elevó frente a estas butacas y en actos como el de una “Velada Cultural”, la última que conoció la Acarigua de los 70, organizada por el buen Manolo Escalona, a propósito de un aniversario de su semanario “El Imparcial”, en acto realizado en la Casa del Periodista de esta ciudad.

Escuchemos la voz de Carlos Gauna. Esta es su viva voz, un 27 de julio de 1977, bromeando con Manolo Escalona, por la dedocrática designación que aquel, a manera de chanza, hizo con la matrona Lilia Escalona de Zaraza, Mis Acarigua 1933, nombrándola “madrina lírica del poeta Carlos Gauna:

“Aquí provoca recordar unos versos que el poeta Manuel Alcázar improvisó cuando le nombraron una madrina lírica. Posiblemente, cuando ésta todavía fresca Lilia fue Miss Acarigua, tal vez algún poeta pensó y no lo dijo. Yo voy a decirlo por ese poeta que tal vez lo pensó. Dijo el poeta Alcázar:

“Estoy henchido de anhelo
no cabe en mí la alegría
porque la madrina mía
es un pedazo de cielo”

X
2005: Cuarenta años más de Cultura

Un camino de cuatro décadas sobre la cabalgadura de la constancia, mide la distancia imprecisa de los sueños que han partido desde esta casa. A este movimiento se debe el estímulo contagiante en las luminosas obras de Víctor y Carlos Azuaje, Tulio Díaz, Benjamín Arenas, Engelber Peña, entre otros artistas plásticos que le dan nombre a Portuguesa.

Centro de formación, lugar de encuentro, esta casa ha sido el Shangrilá de las bellas artes. Fuente de conocimiento para niños, jóvenes y adultos, mientras Portuguesa cosecha remesas de camiones y cereales, aquí se cultiva y multiplica el teatro, música, danza, artes plásticas, títeres, guitarra clásica y el cuatro, o se fomenta la creatividad infantil.

La “Galería de Directores”, inaugurada este 2005, marca hitos de buenas intenciones sobre quienes han dirigido esta Atenea de la Tierra del Milagro:

Carmen Aurora de Monsalve, alma y pres de esta casa; su imponente figura parece aún abanicar la imponencia de los gloriosos días de los sesenta y setenta; Raúl H. De Pasquali, sabiduría y bondad hecha ovillos de silencio, el único de sus directores fallecidos; Edda Acosta de Zamudio, abrazo y piel para la cultura del otro; Adelaida Valdivia, de callada estirpe Monsalve; Agneris de Marchán, cultura a través de la educación y la pedagógica; Orlando Andueza, trabajo de calle en años difíciles; Miriam Sosa, titiritera y teatrera, la única directora emergente de las agrupaciones populares; Jorge Rivero, ganas y dedicación al frente de esta historia edificada; y Antonio Peña, músico y director de coral, el más joven de todos los directores.

Cada uno, uno a uno, recibieron la responsabilidad de este único escenario cultural que en los últimos 40 años han conocido Acarigua y Araure.

Esta es una historia que aún se escribe en sus cátedras y escuelas: “Danzas Portuguesa” fundada por Marina Villegas, dirigida luego por Lucrecia Yépez y Víctor Riera; el Grupo Guiñolín, articulado por los dedos de Luis Figueredo, Germán Querales y Cruz Alvarado, el Grupo de Teatro Infantil ”Don Teofilo Leal”, impulsado por las ilusiones de Ubaldina Herrera de Perozo; el Teatro Juvenil dirigido por el veterano Simón Salcedo; la reanimación de la vieja Coral “Cantoría Portuguesa”, en las manos del joven director Antonio Peña; el Grupo de Cuatro de Alberto Medina; la Cátedra de Teoría y Solfeo tutelada por la profesora Julia Alvarado; la Cátedra de Creatividad infantil levantando polvaredas de ilusiones por las profesoras Sorangel Villavicencio y Adelmis Rojas; la Biblioteca “Rómulo Gallegos” —la que puso a soñar a Gauna—, alentada por la dedicación de Juana Escalona y Maxy Vásquez; la Cátedra de Guitarra Clásica dirigida por el Lic. Orlando Pérez López y el profesor Arturo González, chileno de origen, músico de convicción; Escuela de Teatro, dirigida por el constante Rafael Ordóñez, también director del Grupo de Teatro T.I.E.T., quien junto a la talentosa Ivanna Catarrossi y Liliam Jiménez, renuevan la técnica de Constantin Stanislasky; Promoción y Difusión, Edgar Hernández, actor y artista plástico, director del Vía “Crusis Viviente” más importante del norte del estado.

Los nombres de Adelaida Falcón, Migdalia Colmenárez y María Modesta Escalona no deben olvidarse. Junto a cada uno de los directores, detrás del telón, ellas han sabido convertir sus callados días en trabajo en una forma de vida para la cultura de esta ciudad.

El resto de los protagonistas está adosado a los reconocimientos que, en vida, los hombres y cultores de esta casa han querido perpetuar con las designaciones más emblemáticas de este centro de las bellas artes. Así, la Sala de Títeres lleva el nombre de “Carlos Revette”; la Sala de Lectura Infantil, el de doña Yolanda Flores de Monsalve; y esta Sala de Teatro, “Reinaldo Martínez”, en méritos a uno de los precursores del teatro contemporáneo de Portuguesa.

XI
“El Pueblo es la cultura”
¿Cuál cultura, cuál pueblo?

—“Dígale a don Tomas que, por favor, me mande dos bolívares de hielo, pero que me lo mande del que tenga más frío”...

El episodio de la vida local nos retrotraerá siempre a las diversas aristas de lo que entendemos como “cultura”. De suerte que, celebrar los 40 años de la Casa de la Cultura “Carlos Gauna” puede parecer el cumpleaños de una casa, que, al igual que la caja del taumaturgo, guarda muchas casas adentro de una sola casa. Dicho en cristiano, hablar de cultura es hablar de un calidoscopio de conceptos para definir esta expresión del hombre.

En este mismo recinto, escuché decir hace algunos años caricaturista Pedro León Zapata, frente a un auditorio en desbandada por una larga noche de lluvia, que acaso la soledad de la sala se debía a que, presumiblemente, muchos invitados habían preferido acudir a un buen restaurante para escapar de una tediosa conferencia sobre “Cultura”, afirmando Zapata: “como si ir a comer no es sino otra actividad, ligada a la cultura gastronómica”.

Hablar de cultura, avanzados los tiempos, es transitar por disímiles visiones y criterios.

Definida ésta en 1871 por el antropólogo inglés Edward Tylor, —en su criterio— “cultura es igual a todo lo que el hombre hace”. Pese a ello, aunque un tal aseveración constituyó en su tiempo una afirmación válido (en virtud de que ello devolvía a todo el cuerpo social), los conceptos acerca del papel creador de cultura, contrario a posiciones clasistas, el siglo XX se mostrará insuficiente para revisar estas sentencias sobre el quehacer del hombre (Marcelino Bisbal: Caracas, 1999; “Pensar la cultura de los medios: Clave sobre realidades massmediáticas” - UCAB).

La visión etnocentrista puede seguir haciéndonos creer la necesidad de medir nuestra cultura desde la óptica del Mediterráneo, con sus grecas romanas, estípites y textos clásicos. Pero ello no es sino la “cultura del Mediterráneo” que andando el tiempo se volvió occidental y llegó hasta nuestros días, dejando a un lado a sociedades “primitivas”, entre comillas, excluidas de las oficiales categorías. De allí que hable hoy en día haya cobrado fuerza el concepto de “cultura popular”.

“La Cultura es el pueblo”, reza por estos días con sesgado criterio una sentencia que, más que concepto es propaganda para marcar distancias. Si “la cultura es el pueblo”, entonces habría que preguntarse “¿cuál cultura?” o “¿qué entendemos por pueblo”.

“Cualquier buen diccionario —son palabras del estudioso Marcelino Bisbal— nos dirá explícitamente en sus páginas que lo popular es lo “relativo al pueblo”, es lo “propio del pueblo”. Sin embargo, afirma, en estos tiempos que corren y que designamos de diversas maneras desde cada una de nuestras especialidades, nos asalta inmediatamente la inquietud de qué es lo relativo al pueblo, qué es lo popular del pueblo...” (subrayado nuestro).

“Hubo un tiempo, sostiene Bisbal, en que esas preguntas eran fácilmente respondibles, pero los cambios que se han venido suscitando en los últimos veinte o treinta años hacen que las respuestas a las mismas estén llenas de profundas dudas y desconfianzas.

Hablar de “cultura popular” a la luz de los nuevos estudios, parece ser una temeridad. Treinta y una (31) tesis, para la delimitación de 116 subtipos en el “Campo Cultural popular y no popular” en América Latina, ha registrado Enrique González Ordosgoitti en su obra “Diez ensayos de Cultura Venezolana” (Caracas: 1991, UCV – Fondo Editorial Tropykos; ps. 131-157).

Por eso, con frecuencia, se escucha hablar de las distintas tesis que enmarcan las mismas variables sobre los recurrentes conceptos de “cultura popular”. Hablando solo de cultura se dice de Sectores Dominantes, sectores dominados, Cultura Dominante, Transculturación (entendida literalmente como transporte de culturas), Lucha Cultural, Encuentro Cultural, Campo Cultural Académico, Campo Cultural Industrial Masivo, Campo Cultural Residencial, Relación del hombre con la naturaleza, Región Política, Región Histórica, Hecho cultural, Comunidad criolla, Comunidad Criolla Genérica, Comunidad Étnica Indígena, Folklore como la Cultura Residencial Popular, Hecho Cultural, Etnilore (cultura Residencial Popular Tradicional de una comunidad étnica); Moder-cri-lore (moder-no-cri(olla) y étnica, entre otros conceptos ligados al ámbito antropológico, histórico y social.

Húrguese en los conceptos desarticulados que frecuentemente se escuchan en muchos de nuestros promotores culturales y véase cuántos disparates, cuanta mezcla, se vocifera en nombre de la bandera cultural.

Basto y complejo, es el análisis de las categorías culturales, para solo entreverarnos en los conceptos de “Cultura Popular”. Seguir dividiendo en su nombre es marcar con un subrayador nuestras innegables diferencias sociales. Intervenir de manera ideologisante en términos de “Cultura” es negar la mezcla de lo que somos. Se esconde en los ayes de nuestros Velorios a Santos y Tonos de Cantauría, el eco de los cantos gregorianos medievales; y es la música de Chopin la que transnmuta, desde los tiempos del clavecín, los acordes nuestras arpas llaneras, desde que el fandango se convirtió en joropo.

Promulgar la “resistencia indígena”, por encima de las tres culturas del mestizaje, es negar nuestro lenguaje o religión, ser inadmisibles con nuestros ancestros hispanos-europeos o denegar nuestras raíces africanas.

La cultura no es un feudo, donde reina un señor medieval, quien, como los Catones griegos, se atribuye la potestad de administrarla y controlarla, como quien administra justicia. “La cultura es el pueblo”, parece una verdad; pero oscuras minorías se roba las placas de bronce de los monumentos y las estatuas de Páez y Araure. “La Cultura es el pueblo”, pero fabrica tambores de hojalata y los Presupuestos no descienden del tamiz; y se estancan, disfrazados de alpargatas. “La Cultura es el pueblo”, hipnotizado de arengas.

La Cultura es la cultura y basta. En consecuencia, para finalizar, hablando en la Casa Cultural de Carlos Gauna, suena mejor invocar su concepto sobre esta materia que es muy vasta:

“La cultura no es acumulación de conocimientos, ni monopolio de sabiduría. Es asimilación de formas y aportaciones de quienes pensaron antes que nosotros y mejor que nosotros. Es ejercer una conducta a tono con el progreso de la humanidad; y comportarse, en tono responsable, frente a quienes han hecho de la sabiduría un ejercicio que beneficie a las grandes mayorías. En otras palabras, un hombre culto no debe ser ni mezquino, ni débil. Podría ser hasta agresivo, si esa agresividad tiene como meta defender el derecho que tiene todo hombre a superarse moral, social, intelectual y económicamente. Ser culto significa ser un hombre superado”.

Mientras viva esta casa, tocará a los rectores culturales, resolver el acertijo de un mismo público para tres espacios que se disputan el escaso presupuesto del de una torta rala: Centro de Bellas Artes, un ateneo, una casa de poesía y un Museo de Arte frente, sin mencionar las ruinas contemporáneas donde intentan el Museo Nacional de la Agricultura y el desvaído Foro Gonzalo Barrios.

Una nueva historia comenzará a escribirse desde esta casa...

De la cultura del maíz hasta la Venezuela trans-culturizada por el afrancesamiento de Guzmán Blanco, pasando por los devaneos norteamericanos de Gómez y el falso Nacionalismo del Gral. Marcos Pérez Jiménez, desde la pulpería de “La Miaja” hasta los ciber café y el internet, casi el último medio siglo del saber y las bellas artes de Acarigua y Araure, ha ido o venido desde esta casa.

Los cuarenta años de la Casa de la Cultura “Carlos Gauna” no constituyen el cumpleaños de una casa, sino de una casa aún más grande. Oscilan sus cuatro décadas, en los acordes de los violonchelos, las raíces artesanales de las mujeres de Payara, las zapatillas de Avalón de las bailarinas del Rey Arturo, el color de paletas y resinas, o en la ausencia de un frondoso mango de esta vieja casa, a donde, de manera imaginaria, saldremos a recostar nuestros adolescentes sueños de teatrero, titiritero, pequeño dramaturgo sin marchar a Caracas y pintor a escondidas de plumillas y acuarelas.

En un acto como este, la afirmación del guiñol Cruz Alvarado, tenía razón: La Casa de la Cultura sí es “la casa de los sueños”

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